Una de las señales más claras de que estamos bloqueando nuestro crecimiento ocurre al revisar qué tan a menudo juzgamos a los demás. Y es porque lo que hay detrás de cada vez que juzgamos a los demás, es una certeza interna (falsa) de que creemos saber cómo debería actuar, comportarse, cómo deberían ser los demás. Y que sintamos esa seguridad de que creemos saber cómo funciona la vida, implica que cuando aparecen de frente nuevos saberes, conocimiento, ideas que no son compatibles con esas creencias a las que nos aferramos, no capturemos nuevos aprendizajes e ideas, y que estos sigan de largo y no expandimos nuestra sabiduría. Juzgar es mucho más allá que una opinión inocente, denota una postura mental cerrada. Así bloqueamos nuevas perspectivas que es lo que enriquece nuestra visión en general.
El conocimiento está por todos lados, y cada uno de nosotros trae consigo diferentes aprendizajes, hay mucho valor detrás de cada historia, de cada ser humano, sin importar el nivel de riqueza, educación, nacionalidad, edad, etc. De cada persona hay muchísimas cosas que puedes aprender, sea de su manera de ver la vida, de su manera de afrontarla, de cómo cada uno aprecia diferentes aspectos, y si estuviéramos en apertura real, sin estar juzgando por una cosa o la otra, seríamos capaces de ver y admirar el valor dentro de cada historia. Pero tenemos una forma de analizar y clasificarlo casi todo de manera binaria; esto es malo o bueno, blanco o negro, bonito o feo. Eso no nos permite ver los matices, los grises, y ejercitar el discernimiento, ese que nos permite no descartarlo todo solo porque algún detalle no fue compatible con nosotros.
Cuando podemos de verdad ver y discernir, podemos apreciar y rescatar muchísimo, permitiendo integrar lo nuevo y diferente en lo que vemos o vivimos. Incluso, creo que quienes más aferrados están a su propia perspectiva de vida, son quienes más necesitan rodearse de vez en cuando de personas completamente diferentes, porque ese contraste de perspectivas nos da mayor capacidad de dimensionar, de entender, eleva la empatía y nos ayuda a valorar otras cosas que damos por sentado.
Anulando el poder de elegir distinto
En el camino eventualmente nos topamos con que efectivamente no sabemos tanto como lo creíamos, con las crisis, las pérdidas, las enfermedades, problemas económicos, de trabajo, de relaciones. Y dependiendo de qué tan aferrados estemos a nuestro set de creencias, vamos a exteriorizar la culpa en mayor o menor medida, evitando reflexionar a profundidad sobre cómo nosotros podemos integrar nuevas formas de actuar en próximas oportunidades. Así usamos la confiable queja, esa que nos permite de manera rápida no hacernos cargo de nuestra participación en todo resultado de nuestra vida. Es la preferida por la mayoría porque es la más cómoda y fácil. Si elijo pensar que afuera está el problema, no tengo que mirar para adentro, no tengo que esforzarme en revisar qué puedo hacer distinto, qué necesito aprender, y por eso la queja es tan limitante, ella y el juicio hacia los demás, hacen una dupla perfecta para el bloqueo por completo de nuestro crecimiento. Es una de las posiciones de mayor desempoderamiento que podemos elegir. ¿Qué poder vamos a concluir que traemos con nosotros si creemos que el destino nos gobierna y que las circunstancias de la vida nos determinan y no nuestras decisiones?
Ante una quiebra empresarial, lo más común es mirar qué factor externo lo causó; malos socios, la economía, podemos incluso culpar al presidente, a los trabajadores, etc. Al terminar una relación, lo más común es justificar que el otro no se comportó a la altura. Si enfermamos, buscamos de inmediato ese pariente con genética defectuosa a quién culpar. Si no estamos contentos en nuestro trabajo, tendemos a culpar a nuestro jefe, a la empresa, a lo que hacemos, cómo si no pudiéramos elegir distinto y movernos de ahí. Conductas altamente desempoderadas, donde creemos que nosotros no tenemos el poder de decidir de otra forma, y que aprender a hacerlo mejor está muy lejos de nuestro alcance.
«Vivir correctamente» no equivale a «vivir conscientemente»
A lo anterior, le sumo que caemos constantemente en la trampa de que al cumplir con lo que «se espera», nos hace creer y tener la sensación de que estamos haciéndolo todo bien solo porque tenemos unos cuantos temas ya chuleados. Lo que es casarnos, tener un carro, un trabajo estable, incluso tener hijos. Pareciera que cuando conseguimos uno tras otro, vamos creyendo que estamos lográndola de maravilla, incluso nos sentimos con la potestad de decirle a los demás qué deben hacer o no para seguir nuestro camino, cómo si todos quisiéramos o anheláramos lo mismo por norma.
A menudo perseguir este estándar para no desentonar, nos va llevando a una vida plana, esa donde por largo tiempo no presenta crisis evidente, que nos da la sensación de que tenemos todo bajo control, que sabemos cómo manejar la vida. Sentimos como una especie de validación de que la forma en la que afrontamos la vida es la correcta y sentimos certeza, incluso a veces superioridad respecto a quién no sigue ese camino.
Pero todo eso en realidad solo es una perspectiva, que tengamos un hogar, un trabajo estable, bienes materiales, no significa en realidad que todos se sientan igual de realizados. Es genial cuando lo hacemos desde una alineación fuerte con nosotros mismos, cuando la elección de esa pareja de vida es genuina y nos llena el alma amancer cada día junto a esa persona, o cuando amancemos motivados día tras día por comenzar a trabajar porque amamos lo que hacemos. Pero esto no necesariamente está sucediendo al interior de la mayoría de los hogares, porque nos sentimos tan presionados a alcanzar un objetivo tras otro, solo por demostrar que lo hicimos, que no nos termina importando el cómo vamos construyéndolo.
Errar no es el problema, la verguenza aprendida sí
Junto a ello, se cree con normalidad que errar está mal. Desde pequeñitos cada que nos equivocábamos, nuestros padres, hermanos, amigos, prácticamente todos saltaban de inmediato a regañarnos, a hacernos sentir absurdos, ridículos. Sentíamos vergüenza al cometer un error, porque parecía que decepcionábamos. Nadie jamás nos celebró un error, y por eso vamos creciendo con la idea de que no podemos ni admitir que nos equivocamos porque eso nos haría volver a esa vergüenza interna que tanto queremos evitar.
Pero, te propongo un pequeño cambio de paradigma; ¿qué pasaría si de aquí en adelante hicieras ese cambio de switch donde cada que cometieras un error, celebraras el nuevo aprendizaje que viene con él, y pensaras en cómo ese nuevo aprendizaje te va a servir para mejorar lo que sea en tu vida? Así podríamos acercarnos mas a la apertura mental, esa que te permite integrar lo nuevo, que siempre estuvo ahí pero que antes pasaba de largo por el autojuicio impuesto que llegaba cada que nos equivocábamos.
Que erremos esté mal visto, es una costumbre muy sostenida, muy fuerte y al mismo tiempo muy inútil, pero en realidad, estamos cargados de creencias similares que sostenemos una generación tras otra sin cuestionarlas en lo más mínimo.
Te has puesto a pensar que de vivir de acuerdo a creencias verdaderamente elegidas, más cuestionadas y menos en automático, no tendríamos tantos problemas como sociedad? Si las que hoy en día tenemos en realidad nos elevaran como humanidad, seríamos una sociedad evolucionadísima, sana, con empoderamiento, con hábitos saludables, no nos atraería tanto el chisme, la mala vida, la vida ajena, cada quien estaría enfocado y con fuerza de luchar sin rendirse, seríamos una sociedad de valientes y no de víctimas.
Pero, ¿por qué seguimos creyendo que las creencias que tenemos funcionan? Porque sí funcionan, pero para una vida muy por debajo de nuestro potencial, ese que te sirve para mantener tu hogar, respirar todos los días, y pegarte uno que otro viaje al año o algunas buenas experiencias.
Nos incomoda ver más allá de lo establecido y penalizamos a quien elige desde la consciencia
Vemos todo tan distorsionado, que a las personas curiosas, apasionadas por el aprendizaje, se les tacha de “exagerados”, como si querer ver y saber más fuera innecesario. Y así mismo, a quién elige hábitos saludables, es todo un shock, no se concibe en primera instancia, porque evidencia de frente que lo común y lo regular, no es tener la valentía de elegir distinto y mejor. Es como poner un espejo delante que refleja cómo la mayoría elige comodidad sobre bienestar sin que eso sea lo verdaderamente cuestionado.
Paradójicamente, sí nos apasionan esas conversaciones donde hablamos una y otra vez de cómo alguien se enfermó de gravedad, murió, se accidentó por conducir ebrio, o alguien tiene alguna calamidad trágica. Pero, ¿por qué no estamos hablando de cómo salir de ahí, de cómo nada de eso estaría ocurriendo si cada uno viviera la vida con elecciones más conscientes, pensadas, alineadas a quienes somos y sabiendo que somos los único responsables de todo lo que nos ocurre? Vidas se estarían salvando si nuestra mentalidad fuera diferente, menos familias se derrumbarían, más parejas realmente felices habrían, menos hijos heridos, tendríamos más salud sin esfuerzo, más realización en el trabajo que escogemos.
Por eso elevar nuestra consciencia no es un tema cliché de superación o crecimiento personal. Funciona y es útil cuando se tiene la real apertura a la sabiduría ya existente para luego poder encarnarla y saberla aterrizar con autenticidad de tal forma que eleve tu vida sin (curiosamente) tanto esfuerzo. Se da naturalmente cuando te alineas contigo mismo y te deshaces de las costumbres heredadas que en la práctica no nos suman, nos anulan internamente, si no se eligen desde lo que eres y quieres de verdad.
Las crisis no son castigos, son oportunidades de actualización interna
Los momentos donde se nos regala ese destello de apertura suelen suceder tras una crisis muy fuerte donde tocamos fondo. Es en ese momento donde se nos abre una grieta y nos cabe la pregunta: ¿y si tal vez hay algo más por saber? Un grave problema en tu vida te lleva a la reflexión de que si eso está ocurriendo es porque tal vez haberlo hecho distinto, te hubiera podido evitar ese desenlace. Pero eso en realidad es un regalo porque es la oportunidad de romper tus creencias antiguas, esas que de alguna manera te sirvieron hasta donde has llegado, pero que si quisieras un resultado diferente, tal vez convendría actualizarlas por otras.
Esa crisis está lejos de “estar mal”, son algo maravilloso donde la vida nos dice, mira lo que tienes que mirar, porque si no integramos el aprendizaje detrás de esa experiencia, volvemos a repetirlo, así sea en otro contexto o circunstancia.
La diferencia en por qué hay personas que se tropiezan menos que otros radica en que hay quienes rechazan tanto esas “malas” experiencias, que no se reflexiona nada en absoluto tras cada una, en automático se externaliza la culpa, mientras que otros las usan como un dato importante para saber cómo en el futuro abordar diferente determinada situación recibiendo desde el amor esa experiencia y sin autocastigarnos. Esta práctica sostenida en el tiempo, hace que errar sea un insumo valiosísimo para estar creciendo en cada área de tu vida y por eso a esas personas las tildamos de que tienen mucha suerte. No es suerte, es un entendimiento claro de lo normal que es errar junto a una perspectiva mucho más útil que el juicio.





